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viernes, 17 de junio de 2011

13 pibes menos. Muertos en la guerra del hambre

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación la Argentina, cuyos habitantes representan el 0,65% de la población mundial, produce el 1,61% de la carne y el 1,51% de los cereales que se consumen mundialmente.





En este escenario resulta perverso que, de acuerdo al último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, un 27.9% de los niños se encuentren expuestos a situaciones de riesgo alimentario de los cuales un 6% experimenta hambre frecuentemente; y si se toma en cuenta específicamente a los niños de estratos socioeconómicos muy bajos se estima que el 60% se haya en situación de riesgo alimentario de los cuales el 26% padece hambre usualmente.

También resulta siniestro que, de acuerdo al Centro de Estudios Sobre Nutrición Infantil, en una de cada dos muertes que suceden en niños menores de 5 años la desnutrición juega un papel importante; por cada niño que muere antes de los 5 años existen 6 niños que sobreviven con desnutrición crónica y 23 niños a los que les falta hierro y desarrollan anemia; y, mientras que a nivel nacional 8 de cada 100 niños padecen desnutrición crónica, en el norte argentino 1 de cada 7 niños tiene desnutrición crónica.

Por su parte el Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, donde confluyen 400 instituciones no gubernamentales que trabajan con niños pobres cuyas vidas están en riesgo, sostiene que estos chicos que mueren cada día -como tributos de sangre- no forman parte de ninguna agenda. Los cuerpos de los pequeños siempre son un poema, no obstante para los que sobreviven la desnutrición los deja mutilados. Miradas perdidas. Vejeces prematuras. Afectos vacíos, mundos inimaginables.

Uno de los grupos más vulnerables son las comunidades indígenas, sobre todo las que habitan en el noroeste del país, en la zona conocida como el Gran Chaco o Chaco Salteño, que abarca a las provincias de Salta, Formosa, Chaco, Santiago del Estero y Santa Fe.

Hoy tenemos 13 pibes menos, que no son los primeros, no son los ultimos (por desgracia).

Cuna de angelitos sigue siendo Salta. Los niños se esfuman como burbujas de jabón y con ellos se va ajando la piel de la utopía. Se mueren de hambre. Son muertos, asesinados, exterminados como la semilla de la rebeldía. Cada niño que nace es la esperanza de volver al mundo patas arriba. De devolver la riqueza a las manos de los saqueados. De encenderle luz a un país que le desactiva el farol a cada ochava del futuro. Trece niños de poco menos o poco más que un año se han muerto desde enero a junio en Salta.

Brisa Castillo tenía apenas ocho meses. Respiraba fatigosamente en la misión wichi Salí, cerca de Embarcación. Frágil como un cristalito murió el 20 de mayo en el Hospital de Orán. Presentaba un “cuadro de desnutrición agravado por una infección respiratoria”. Ocho meses logró sobrevivir en la humedad de la tierra olvidada, puesta a brillar como una lentejuela en el barro. Ocho meses atrás nacía y en ella se alzaba en llamas una esperanza. Es que cada niño que nace trae bajo la lengua la semilla de la rebeldía. Bajo el brazo el pan multiplicador. En los ojos la chispa de todas las revoluciones que no fueron. Por eso los acallan y los malalimentan. Y tantos se mueren antes de tener fuerzas para soplar una vela en el oscuro, sobre la torta del porvenir.

Depende de dónde se nace para intuir cuándo se muere. Un bebé que nace en Formosa, en Embarcación, en Tartagal, tiene tres veces más probabilidades de no llegar a cumplir un año que un niño que nace en Belgrano o en Caballito. Más de veinte certificados de defunción diarios en todo el país determinan con un eufemismo cómplice que los niños mueren de paros cardiorrespiratorios. Detrás de la causa obvia, generalizada, está el hambre. Las enfermedades parientas, evitables, desencadenadas, convocan a la muerte cebada y lujuriosa, en los hospitales colapsados por falta de médicos, enfermeras, insumos y presupuesto.

Alit Morena Pacheco tenía la piel mate y se le achinaban los ojos cuando amenazaba con llorar. Un año y cinco meses de vida guaraní en Villa Rallé, en Pichanal. Hasta que el 8 de junio no pudo más. Las fuerzas no le alcanzaron nunca para caminar. Ni para hablar. Sus huesitos se quebraban con un soplo. No supo lo que era el agua buena, el calcio, las proteínas, los nutrientes, la leche tibia de las mañanas. Cuadro de desnutrición extrema, según el riguroso certificado de defunción del Hospital de Orán. Murió, dice el Tribuno de Salta que explican en el Hospital, por “shock séptico, a causa de neumonía bifocal derecho, anemia, y por un cuadro de desnutrición extremo que en términos médicos se conoce como kwashiorkor”. Una palabra impronunciable, tan compleja, para hablar de hambre. El kwashiorkor es un asesino de niños. Una enfermedad del abandono, un dolor de la intemperie, un crimen del desprecio. “Es provocada por la ausencia de nutrientes, como las proteínas en la dieta. Los signos de Kwashiorkor incluyen abombamiento abdominal, coloración rojiza del cabello y despigmentación de la piel”.

La Argentina tiene apenas el 0.65% de la población mundial. Produce el 1.61% de la carne y el 1.51% de los cereales que se consumen en el planeta. Pero nueve millones de chicos tienen hambre. Casi tres mil se mueren anualmente por desnutrición. Y otros tantos por hambres escondidas en fiesta de disfraz.

Mayra Ramos apretó el botoncito a la una y media de la mañana del 7 de junio. Lo tenía en la palma de la mano y sólo tuvo que cerrar el puño, con su último aliento. En segundos, no más, las alas se abrieron a la altura de los omóplatos. Y Mayra se diluyó en un vuelo azul, hacia un cielo donde la felicidad corre en arroyitos de leche y miel. Vivía a diez cuadras del Hospital de Orán. En una casita de aire y chapas, con veintidós personas más. Pesaba seis kilos cuando llegó al Hospital. La mitad de lo que pesa un bebé de once meses que no esté condenado desde el origen. Que no haya llegado al mundo como resaca de la vida. Como sobra que fastidia. Mayra iba a cumplir un año el 17 de junio. No tendría más cumpleaños que una mamadera de agua verde y un pancito imposible. En febrero su madre la había llevado al Hospital. Pesaba cuatro kilos y la dieron de alta. Nadie la vio, sin embargo. Pudo ser ella la esperanza del mundo, cuando nació como una llamita de fósforo tenue en medio de la más rotunda oscuridad. Pero no fue. No pudo. La vulneró la atroz paradoja de nacer en una tierra con leche en sus venas y banquetes que brotan de su dermis. Nacer en el país del alimento. Y morir de hambre.

Mayra, como uno de los niños desnutridos de cada tres que se cuentan en Salta, debió ser controlada por el sistema de Atención Primaria de la Salud (APS) cada 15 días. Pero nadie la vio. Es que la casilla de aire y chapa amontonaba a veintitrés. Y ella era tan pequeña. Tan pequeña.

Se mueren y con ellos se muere la esperanza de cambiarlo todo. La subversión de lo establecido. El sueño de dar vuelta el orden como una media. Y que se encuentren arriba, de pronto, todos los condenados de la tierra.

Allí están los niños que no figuraban en la preocupación de nadie porque no podían votar, ni podían prestar sus nombres inocentes para las sucesivas farsas electorales con que se pretendía demorar el despertar de nuestro pueblo. Allí agonizaban subalimentados, enfermos, los hijos de los mismos que creaban la riqueza y que no tenían ante ello otro futuro que el hospital, la miseria y la desesperación, o el delito.

Por otro lado y un poco relacionado al hambre de niños, niñas, personas en si y muy relacionada en terminos de corrupcion e ineptitud por parte de los gobernantes, esta lo siguiente:

Por estos días, la prensa argentina e internacional se ocupa extensamente de lo que está ocurriendo en Punta Tombo, Chubut, donde miles y miles de pingüinos llegan hasta esas playas cercanas a la Península de Valdez.

Los llamados pájaros bobos son la atracción para visitantes argentinos y extranjeros.

De todas formas, desde hace ya varias temporadas a estas pequeñas criaturas de 50 cm de alto les surgió una "competencia" que está alterando el mapa de las aves patagónicas.

Los albatros y las gaviotas se han multiplicado de tal forma en esa geografía nacional que algunos biólogos del CENPAT (Centro de Estudios del Medio Ambiente Patagónico) están estudiando de dónde proviene semejante cantidad de ejemplares alados.

Estos gigantes del aire despegan hacia el mar en busca de comida...

Los científicos dicen que cada día encuentran más comida, por eso se reproducen tanto, por eso son cien veces más que en los cercanos años noventa; cien veces más.

Resulta que tanto los albatros como las gaviotas encuentran flotando cientos de toneladas de peces muertos muy cerca de la costa… no por contaminacion ambiental, no. Si por la contaminacion politica llamada CORRUPCION.

El Secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación tuvo una desastrosa idea:

Retirar los inspectores que iban a bordo de los pesqueros y los fresqueros que buscan langostinos, cambiándolos por meros "observadores", con un casi nulo poder de policía.

Las autoridades provinciales de Santa Cruz y Chubut permiten a las naves factorías foráneas (buques congeladores altamente depredadores de grandes empresas españolas que emigraron hacia Argentina) a tirar (sí, a tirar por la borda) aquel pescado que no les conviniera.

Desde entonces, los buques que buscan langostinos sólo se interesan por esta especie, que cuesta en el mercado internacional 18 dólares el kilo. Leyó bien, casi 70 pesos el kilo.

Por ello, arrojan al mar la merluza, el cazón, el abadejo, las rayas y hasta el salmón, que caen en sus redes.

Como la merluza es un predador del langostino, ejemplares de muchísimo kilaje quedan atrapados, son llevados a la cubierta y luego arrojados al mar. Como estos peces viven a 80 o 90 metros bajo la superficie, una vez subidos al barco mueren por una normal diferencia de presión. Aunque sean devueltos al océano, ya están muertos.

Se los come los albatros y las gaviotas. Mientras, siguen muriendo niños y niñas en la misma Argentina en que se desperdician miles de millones de seres marinos en complicidad de los gobiernos de turno.

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