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miércoles, 24 de agosto de 2011

Exodo Jujeño: 23 de agosto de 1812


El 23 de agosto de 1812 el ejército patriota a las órdenes del general Manuel Belgrano comienza el heroico éxodo del pueblo jujeño en dirección a Tucumán en lo que se conoce como el "éxodo jujeño".

Estando Belgrano en Jujuy, como General en Jefe del Ejército del Norte, en julio de 1812, se produjo una gran avanzada realista, que amenazaba destruir totalmente los poco que se había ganado a fuerza de sacrificio y coraje.


Fue necesario recurrir no sólo al patriotismo, sino a la abnegación de los criollos. La orden de Belgrano fue terminante: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario, ni casa ni objetos que fueran de utilidad, ni alimentos.

Lo que no podía ser transportado a lomo de mula, de caballo o de burro, debió ser quemado. Pensemos en el sacrificio de ese pueblo sufrido y resignado, que se trasladaba con lo poco que podía salvar, sin saber exactamente cual iba a ser su suerte.

Más que un éxodo, aquello era la imagen del renunciamiento incondicionalmente realizado. El frío y la ventisca invernales acompañaron a la caravana.

Hasta el 23 de agosto de 1812, la revolución había puesto a prueba el amor de sus hijos a la libertad, ofreciendo sus vidas, pero en ese momento Jujuy fue escenario de algo más extraordinario todavía: una población entera sin discriminación de clases ni de edades, que sacrificaba colectivamente, su tranquilidad, su fortuna, su existencia. Jujuy, era el paso obligado al Alto Perú, donde se encontraba el cerro de Potosí, del que se extraía la plata, que le proporcionaba una gran riqueza. Jujuy, merced a ese holocausto por la Patria, debió renunciar a todos sus bienes, lo que la sumiría en la pobreza, de la que sería difícil resurgir.

Belgrano, en razón del sacrificio efectuado por el pueblo jujeño, lo hizo depositario y guardián de la “bandera nacional de nuestra libertad civil”, puesto que, gracias a ese esfuerzo supremo, fue posible ganar las batallas de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, y después la de Salta, el 20 de febrero de 1813. Una bandera, una escuela y dos escudos quedaron para siempre en Jujuy como testimonio del agradecimiento del prócer, que supo reconocer el patriotismo del pueblo jujeño.





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